El accidente que dio pie a la invención del plástico de burbujas
Este filme de embalaje, cuyas burbujas nos encanta hacer explotar, se inventó de la forma más tonta. O de la más audaz, según como se mire
En 2021, en aras de la protección del medio ambiente, entró en vigor una directiva de la Unión Europea que prohíbe los plásticos de un solo uso. Desde entonces los países han ido adaptando sus legislaciones a la norma, también España. Esto significa que, más pronto que tarde, el célebre papel burbuja, ese que envuelve los paquetes que nos llegan a casa, acabará desapareciendo.
Se esfuma un pequeño placer de los consumidores, el de reventar las burbujitas. Los psicólogos han investigado este ritual, que obedece a lo que se conoce como “principio de inmediatez”, que establece que la satisfacción en el cerebro es mayor cuanto menor sea la distancia entre una acción y su resultado.
Hacer estallar las capsulitas nos gusta porque, con muy poco esfuerzo, recibimos una recompensa inmediata y que podemos repetir hasta acabar con todo el filme. No dejarse ni una tiene algo de purificador, de catártico.
En fin, que el invento ha tenido la virtud de hacer divertido el embalaje, una cosa en principio insulsa, insustancial y olvidable. No es un hecho verificable, pero en un artículo de la revista Smithsonian nos cuentan que el primer niño de la historia en oír ese “pop” fue un tal Howard Fielding, el hijo del ingeniero estadounidense Alfred W. Fielding. Junto a Marc Chavannes, un químico suizo, es el padre del llamado propiamente “filme alveolar”.
Corría el año 1957, y estos dos personajes, más inventivo el primero y más visionario el segundo, se habían asociado para tratar de dar con un producto novedoso que les permitiera emprender. En un primer momento pensaron en crear un papel pintado para paredes a base de plástico. El objetivo era que se pudiera limpiar fácilmente y que tuviera una apariencia futurista, que reflejara los ideales estéticos de la “generación Beat”, movimiento contracultural de los años cincuenta que se considera el precedente de los hippies.
El caso es que tomaron un par de cortinas de ducha hechas de plástico y las unieron usando un sellador por calor. La cosa no funcionó, porque quedaron pequeñas bolsas de aire atrapadas entre las dos superficies, pero en lugar de volver a intentarlo se quedaron con ese resultado.
No sabían qué habían inventado ni para qué servía, pero aquello parecía sugerente y decidieron empezar la casa por el tejado. Pensaron en todos los usos posibles, que fueron casi cuatrocientos, y presentaron patentes para cada uno de ellos, destacando un aislante para invernaderos que llegaron a probar, con poco éxito.
Incluso fundaron una empresa para su no-invento, la Sealed Air Corp. Así hasta 1960, cuando se les ocurrió que podía servir como embalaje para productos frágiles, y todo se precipitó. Casi inmediatamente les contactó IBM, el gigante tecnológico.
La empresa acababa de sacar el modelo 1401, que fue el primer ordenador producido en masa, algo así como el Ford T de las computadoras, pero no tenía cómo empaquetarlo. Hasta ese momento, lo que se hacía con los envíos sensibles era envolverlos en papel de periódico, y, si eran fletes grandes, en balas de papel fabricadas expresamente, también con periódicos reciclados.
Esta solución no era buena para…
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